domingo, 18 de octubre de 2015

La Filosofía del Payaso

El filosofar es un payasear. Es importante divertir a la gente. ¿Quién mejor que un filósofo? El filósofo no puede ser una persona seria, distinguida, posada en lo alto de un pedestal, desde el que mira el mundo con su rostro marmóreo y su pose hierática. Eso no es un filósofo, sino un bufón. 



Hay una gran diferencia entre un payaso y un bufón. Mientras el payaso no se toma a sí mismo en serio, goza del respeto de su público. En cambio, el bufón no goza de respeto alguno, ni por su parte ni por la del público. Los bufones, como son esculturas de la ignorancia, pueden ser destruidos por el paso del tiempo. Y los payasos siempre quedan en la memoria, en el alma de los niños y en el espíritu de todos los payasos. Un payaso aprende de otro payaso. No se puede ser payaso sin el payasear de un payaso mayor. Por eso el espíritu payasil permanece siempre, se va perfeccionando con el tiempo y cobra nueva vida en cada payaso que divierte a su querido público. Y el público siente con el payaso, simpatiza de tal manera que conecta con él y nunca lo olvida. Los padres, a pesar del cansancio del día a día, siempre pueden sonreír por la mañana, al preparar el café, si recuerdan los chistes de su querido payaso. Sus hijos, a su vez, recordarán siempre la alegría de su infancia, gracias a la constancia de ese payaso, esa persona mayor que se comportaba como un niño para hablar con ellos y como ellos. Por ello es importante que haya muchos payasos, ya que ahora necesitamos mucha diversión. Parece que la sociedad sea vieja, que no le apetezca reírse. Y a mí me gusta ver las sonrisas y las risas de la gente, porque son-risas y no son-muecas...

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